Conocí a Alberto Biagosch en el año 1959 cuando ingresé al Ministerio de Defensa. Desde 1958 el había formado parte del grupo de asesores de Gabriel del Mazo, cuando apenas iniciado el gobierno de Arturo Frondizi fue instituido, creación novedosa por entonces ya que por primera vez existía un Ministerio de Defensa al estilo de los que se habían creado, después de la guerra, en los Estados Unidos o en el occidente europeo.
Es cierto que hubo otro Ministerio de Defensa durante los últimos años del gobierno peronista luego de la reforma constitucional del 49, pero no dejaba de ser un mero artificio administrativo, de escasa vinculación con las Fuerzas Armadas y aún menos autoridad sobre ellas.
Cuando en 1959, del Mazo renunció, fue sucedido por Justo Villar y en esa ocasión se produjo mi ingreso al Ministerio. Como siempre ocurre en estos casos en que cambia la dirección de cualquier organización ya sea privada o pública, la relación entre los que subsisten y los nuevos es inicialmente cautelosa y a veces hostil. Sin embargo con Alberto la cosa fue distinta. Nos hicimos amigos muy pronto. Y como es natural entre amigos, empecé a juzgarlo: tipo reservado. Lúcido, inteligente, muy trabajador y empeñoso, los subordinados lo estimaban, los superiores lo respetaban. Tenía un agudo sentido de la responsabilidad de la función pública que se fue acentuando con el correr del tiempo y el ejercicio de cargos superiores. Exigía a sus dependientes pero más exigía de sí mismo. A su gran contextura física, le acompañaba una formalidad impecable y un cierto estilo de cuño provinciano al que le gustaba añadir algún dicho campero ocurrente y a propósito de lo que se trataba.
Entrañable amigo, siempre dispuesto a brindar la mano y al compromiso sin calculo, para darme su ayuda y como cosa no menor entre otras muy grandes, llegó a viajar por mí en avión, él a quien el volar le disgustaba profundamente.
No coincidimos en el pensamiento político pero jamás esa falta de acuerdo hirió, ni siquiera lastimó, una amistad que duró tanto años y a la que Alberto honró siempre.
Nunca estuvimos en el mismo espacio de trabajo, pero coincidimos en una línea general de acción para el Ministerio de Defensa pensándolo como un ámbito de la administración del Estado en el que principios superiores como el de la subordinación militar al poder civil y la capacidad de controlar de éste sobre aquél se hicieran vigentes.
No fueron sin embargo los que se sucedieron, tiempos apropiados para hacer efectivos aquellos principios. Pero casa paso que dimos fue enderezado hacia aquel propósito, él desde su cargo de Coordinador General del Presupuesto de Defensa.
Más tarde Alberto se casó y nuestra amistad se expandió dentro del ámbito de las familias.
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